Hoy me encuentro en una de esas madrugadas cerradas en las que me cuesta conciliar el sueño. A decir verdad, todavía no lo he intentado.
Me da miedo encontrarme con ciertos pensamientos de los que llevo huyendo todo el día.
Esos pensamientos llevan rondando mi cabeza con dolorosa insistencia desde hace más o menos tres semanas, y todas las jornadas, en cualquier momento de mínima tranquilidad, deciden hacerme su indeseable visita.
Y lo peor de todo es que no sé como extirparme este pequeño tumor psicológico que me lleva a un pozo de melancolía y tristeza que creía desaparecida. Como desterrar vivencias, hechos, palabras que añoro. Como no echar de menos la felicidad que solo una persona podía transmitírmela.
Como ser tan feliz con alguien pueda, por otro camino, producirte tanto pesar después de una realidad borrada por circunstancias ajenas.
Nunca he sido de decir que la vida es injusta. Pero no me lo merezco.
martes, 18 de septiembre de 2012
lunes, 10 de septiembre de 2012
Mariposas Gigantes en el Estómago
Creía que iba a ser diferente. Creía
que iba a sentir algo así como mariposas gigantes en el estómago.
Que después nos íbamos a besar, nos íbamos a tumbar un buen rato
al lado del otro y que diríamos “te quieros” espontáneos a lo
largo del día. Dormiríamos un rato y yo intentaría levantarme un
poquito antes que él para observarle.
Pero nada de eso sucedió. El sexo
acabó resultando una decepción. No sentí placer, no sentí nada
positivo. Grité, grité más que nunca. Pero de dolor. Él se había
mantenido serio durante todo el coito y no me había mirado a los
ojos ni una sola vez.
No sangré. Pero ojalá lo hubiera
hecho. Nada más termina el acto amoroso no vio rastro de sangre y se
marchó diciendo que era una guarra y que le había engañado.
¿Qué había hecho yo mal?
Recuerdo que lloré a mares cuando se
marchó de mi casa.
Pero recuerdo aún más aquel día en
el cual tuvo que haber terminado todo.
-Lucía, lo siento tía, pero ya no
siento nada más por ti.
-Pero David, si ayer estábamos de puta
madre... -primeras lágrimas.
-Ya, ya. Si estoy bien contigo, pero no
sé...no sé lo que me pasa.
-No me dejes, David. No te precipites.
No me dejes así por una rayada. -cascada de lágrimas.
-No sé, no sé. Yo es que busco otras
cosas en las tías. No sé, yo me entiendo.
-Pero David...
-Que me dejes tronca, coño. Ya he
dicho lo que tenía que decir. Adiós.
Y se fue. Rápido y con un andar
chulesco. A lo lejos se pudo escuchar un “me cago en Dios”.
Lloré como nunca lo había hecho en mi
vida. Le quería como nunca había querido a un chico. Desde que
empezó a juntarse con mi grupo de amigos, las chicas se empezaron a
pelear por él. Con ese cuerpo era imposible estar soltero mucho
tiempo. Y tuvimos esa suerte de encontrarlo sin ninguna dueña.
Así que yo, Patri y Lore empezamos a
seducirle, pero la que consiguió el trofeo fui yo. Era la más guapa
y la que tenía mejor cuerpo. No tenían nada que hacer contra una
rival como yo.
Cuando empezó nuestra relación, no
nos parábamos de besar. En la puerta del insti, en el parque, en mi
portal. Todo el mundo nos miraba con envidia. Pero los besos
empezaron a sabernos a poco y un día cuando todos nuestros amigos ya
se habían ido, mientras nuestros labios se fundían, él me metió
la mano por dentro de los pantalones.
Mi primer impulso fue de apartarme y
quitarle las manos de dentro.
-¿Que pasa, no te gusta?
-Sí, sí. Solo que me da un poco de
corte.
-Vamos tío, esto lo hace todo el
mundo. Y nosotros ya tenemos 16 años. Ya es hora de hacer otras
cosas, ¿no?
-No sé, David.
Se enfadó y se fue.
Al día siguiente no hablamos. Yo no me
atreví a ir al parque, por si estaba ahí. Así que me quedé en
casa muy aburrida.
Sin embargo a la tarde siguiente no
pude aguantar más y le llamé a casa.
-¿David?
-Sí. Que quieres.
-Solo saber si hoy te pasas por el
barrio.
-No lo sé, ya veré.
-Venga, vente, que te quiero ver.
-Me lo pensaré.
Y pensó. Y vino. Tenía ganas de
comerle a besos, pero tampoco me abalancé a sus labios por si me
rechazaba delante de todos.
No me dirigió la palabra durante toda
la tarde y cuando ya se disponía a marcharse, le cogí del brazo y
lo llevé a un lugar donde mis palabras no se pudieran escuchar con
claridad.
-David, lo siento. Tienes razón, tengo
que dejarme de miedos tontos.
Sacó a relucir su sonrisa. Como de
victoria. Qué guapo era.
Nos besamos con mucha intensidad en el
banco de piedra y al poco tiempo él me metió la mano debajo de las
braguitas. Esta vez no le aparté la mano, aunque me hubiera gustado
decirle que no fuera tan brusco y que lo hiciera con algo más de
delicadeza.
Pero no lo hice. Tenía miedo de que se
enfadara otra vez.
A partir de ese día la masturbación
empezó a ser una actividad corriente entre nosotros. Hasta yo lo
hacía de vez en cuando. Ya no nos sabíamos besar sin acariciar el
aparato reproductor ajeno.
Ya llevábamos dos meses de relación y
David me propuso hacer el amor.
Le dije que no sabía si estaba
preparada. Él dijo que seguro que sí. “-¡Pero si ya llevamos
juntos dos meses, joder!”.
Y me colgó el teléfono.
Al día siguiente me llamó, pero esta
vez para ir al parque. Quería decirme algo.
-Lucía, lo siento tía, pero ya no
siento nada más por ti.
-Pero David, si ayer estábamos de puta
madre... -primeras lágrimas.
-Ya, ya. Si estoy bien contigo, pero no
sé...no sé lo que me pasa.
-No me dejes, David. No te precipites.
No me dejes así por una rayada. -cascada de lágrimas.
-No sé, no sé. Yo es que busco otras
cosas en las tías. No sé, yo me entiendo.
-Pero David...
-Que me dejes tronca, coño. Ya he
dicho lo que tenía que decir. Adiós.
En una fecha no muy alejada cogí mi
Iphone y le mandé un whatsapp. No me atreví a hablarle.
-Mi casa está sola mañana por la
mañana. ¿Te vienes? Sería a partir de las 09:00.
-¿No tenías un examen?
-Ya, pero no es muy importante. -le
escribí.
-Va, pues me paso más o menos a las
10:00.
Llegó un poco antes incluso de la hora
que me dijo. Tenía un poco de sueño, pero me desperté plenamente
en cuanto le vi entrar por la puerta. Le quería, le quería. Y haría
todo lo que fuera por hacerle feliz.
E hicimos el amor. Aunque nunca lo
llamábamos así, si no follar.
Creía que iba a ser diferente. Creía
que iba a sentir algo así como mariposas gigantes en el estómago.
Que después nos íbamos a besar, nos íbamos a tumbar un buen rato
al lado del otro y que diríamos “te quieros” espontáneos a lo
largo del día. Dormiríamos un rato y yo intentaría levantarme un
poquito antes que él para observarle.
Pero nada de eso sucedió.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)